27 mar 2012

CUANDO EL DIABLO PERDIÓ EL PONCHO de Luis Neira



Entre estrellas y bichitos de luz, que le daban cierto misterio a la noche veraniega, la
conversación de don Domingo Pereira languidecía en una historia de poco interés.
El moreno viejo miró hacia la espesura del monte como si de pronto hubiese percibido
algo extraño, dejando en suspenso el relato.
Nosotros miramos también hacia el lugar, pero ya sabíamos que eso era sólo un recurso
para recuperar nuestro interés en la conversación.
Después del quiebre, siguió contando, buscando el hilo que rescatara nuestro interés.
- Esto me hace acordar –dijo- a una vez que yo andaba tropeando por allá, por donde
el diablo perdió el poncho...
- ¿Qué el diablo perdió el poncho..? –pregunté picado por la curiosidad, pero más que
nada por darle pie a que contara una nueva historia.
- Sí, ¿no sabías que una vez perdió el poncho, lejísimo de acá? –dijo el moreno viejo-
Y nunca oíste decir, cuando algo está lejos, que es “por donde el diablo perdió el
poncho”.
- ¿Y cómo fue que lo perdió?
- Fue a causa de un moreno, tan ingenuo como mal “arriado”, que se llamaba Policarpo
- Cuente, cuente –insistimos todos.
Entonces Pereira contó así:
- Policarpo era un enloquecido por la música, especialmente por la guitarra. Boliche
donde había guitarrero, era boliche donde se pegaba hasta el amanecer. Muchas
veces quiso aprender a tocar la guitarra, pero era tan duro de oídos como de dedos,
que todos los intentos de aprendizaje habían fracasado.
En cierta ocasión le dijeron que podía aprender a tocar la guitarra en un solo día.
Para eso tenía que esperar a un viernes santo y clocarse abajo de una higuera.
La creencia dice que ese es “el día que florece la higuera” y aquel que se coloca y la
ve florecer, queda loco.
El consejo era malintencionado, pero Policarpo, en sus ganas de aprender a tocar la
guitarra, no tuvo miedo.
Policarpo esperó ansioso la llegada del viernes santo y el día señalado se colocó debajo
de la higuera y esperó.
Hacía mucho frío y, cerca de la media noche, se le apareció un emponchado. Era el
mismo diablo en persona.
- Yo te enseñaré a tocar la guitarra –le dijo el Malo.- y para el otro viernes santo
serás guitarrero. Pero la condición es que a cambio de la enseñanza, que no es cosa
fácil, tratándose de un moreno duro de oído como vos, metas las manos en un
hormiguero, para lograr agilidad en los dedos, y digas tres veces:
- Por mi alma que es del Lucifer, quiero tocar la guitarra
Le dijo además que cuando eso se cumpliera lo esperara junto a la primera cruz del camino
para entregarle el alma y que ya sabría tocar la guitarra.
Hacía todo lo que el diablo le ordenaba, pero la gente se reía de él porque se daban cuanta
que aprender a tocar la guitarra en un solo día le era un imposible.
Y pasó un año y no aprendió nada, sólo consiguió un montón de ronchas y ardores por las
picaduras de las hormigas.
Y llegó el viernes santo del año siguiente y el aprendiz de guitarrero salió buscando una
cruz en el camino para encontrarse con el diablo y pedirle cuentas.
Pero como no encontró ninguna cruz en el camino, sentó sobre una cabeza de vaca y se
puso a pulsar la guitarra.
Entonces, en la fría noche se apareció el emponchado, galopando en un extraño bicho,
decidido a llevarse el alma del moreno.
Ni bien desmontó, se fue derechito a pedirle el alma, pero Policarpo que estaba enojadísimo
y no era nada manso, ni dejaba que se burlaran de él, sacó su facón y empezó a correrlo.
Al verlo tan enojado, el mandinga intentó huir, pero Policarpo lo agarró del poncho y para
desprenderse del bravo gaucho, no tuvo más remedio que dejar el poncho en manos de
Policarpo que cinchaba y cinchaba.
- Y así fue como el diablo perdió el poncho, en un lugar lejísimo –concluyo don
Domingo Pereira.
Y todos nos fuimos a dormir.





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