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El espantapájaros |
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Una vez, el semáforo que hay en la plaza del Duomo de Milán hizo una rareza.
De repente, todas sus luces se tiñeron de azul y la gente no sabía a qué atenerse.
–¿Cruzamos o no cruzamos? ¿Nos detenemos o no nos detenemos?
El semáforo azul |
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El buen Gilberto |
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Pero antes de marcharse, su hija le recordaba:
–Ya sabes, papá: un cuento cada noche.
Porque aquella niña no podía dormirse sin que le contaran un cuento... |
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Desgraciadamente, un día subió al gobierno de aquel país un feroz dictador y comenzó entonces un período de opresión,
de injusticias y de miseria para el pueblo. El que osaba protestar desaparecía sin dejar huella. El que se rebelaba era fusilado.
Los pobres eran perseguidos, humillados y ofendidos de cien maneras.
Jaime de cristal |
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Una vez había un hombre al que se le metió en la cabeza la idea de robar el Coliseo de Roma; lo quería todo para él; no le gustaba
tener que compartirlo con los demás. Tomó una bolsa, se fue al Coliseo, esperó a que el guarda estuviese mirando a otra parte,
llenó afanosamente la bolsa de piedras viejas y se las llevó a casa.
El hombre que robaba el Coliseo |
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El caramelo instructivo |
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Con la mano izquierda continuaba sosteniendo en equilibrio la bandeja con las bebidas, lo cual era más bien absurdo
considerando que alrededor del ascensor se extendía ya a los cuatro vientos el espacio interplanetario,
mientras la Tierra, allá abajo, al fondo del abismo celeste, rodaba sobre sí misma... |
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Cuando se envolvía en ella para dormir, su mamá le contaba un cuento muy largo,
y en el cuento había un hada que tejía una manta tan grande que tapaba a todos los niños del mundo que tenían frío...
La manta del soldado |
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–Un día u otro –le confiaba a Arlequín– voy a cortar los hilos.
Y así lo hizo, aunque no de día. Una noche logró apoderarse de unas tijeras que el titiritero había dejado olvidadas
y cortó uno tras otro los hilos que le sostenían la cabeza, las manos y los pies...
La huida de Polichinela |
Érase una vez...
...una niña cuyo padre tenía que estar de viaje seis días a la semana. Esta niña no podía dormirse sin que le contaran un cuento. Y cada noche, su padre la llamaba por teléfono y le explicaba un cuento. Dicen que los cuentos eran tan buenos que hasta las señoritas de la telefónica suspendían todas las llamadas para escucharlos. Y este es el libro de estos cuentos.
Página de
EDITORIAL JUVENTUD
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