8 mar 2012

CUENTOS POR TELÉFONO de Gianni Rodari, ilustraciones de Emilio Urberuaga.

El espantapájaros


Una vez, el semáforo que hay en la plaza del Duomo de Milán hizo una rareza.
De repente, todas sus luces se tiñeron de azul y la gente no sabía a qué atenerse.
–¿Cruzamos o no cruzamos? ¿Nos detenemos o no nos detenemos?
El semáforo azul

El buen Gilberto

Pero antes de marcharse, su hija le recordaba:
–Ya sabes, papá: un cuento cada noche.
Porque aquella niña no podía dormirse sin que le contaran un cuento...

Desgraciadamente, un día subió al gobierno de aquel país un feroz dictador y comenzó entonces un período de opresión,
de injusticias y de miseria para el pueblo. El que osaba protestar desaparecía sin dejar huella. El que se rebelaba era fusilado.
Los pobres eran perseguidos, humillados y ofendidos de cien maneras.
Jaime de cristal

Una vez había un hombre al que se le metió en la cabeza la idea de robar el Coliseo de Roma; lo quería todo para él; no le gustaba
tener que compartirlo con los demás. Tomó una bolsa, se fue al Coliseo, esperó a que el guarda estuviese mirando a otra parte,
llenó afanosamente la bolsa de piedras viejas y se las llevó a casa.
El hombre que robaba el Coliseo

El caramelo instructivo

Con la mano izquierda continuaba sosteniendo en equilibrio la bandeja con las bebidas, lo cual era más bien absurdo
considerando que alrededor del ascensor se extendía ya a los cuatro vientos el espacio interplanetario,
mientras la Tierra, allá abajo, al fondo del abismo celeste, rodaba sobre sí misma...

Cuando se envolvía en ella para dormir, su mamá le contaba un cuento muy largo,
y en el cuento había un hada que tejía una manta tan grande que tapaba a todos los niños del mundo que tenían frío...
La manta del soldado

–Un día u otro –le confiaba a Arlequín– voy a cortar los hilos.
Y así lo hizo, aunque no de día. Una noche logró apoderarse de unas tijeras que el titiritero había dejado olvidadas
y cortó uno tras otro los hilos que le sostenían la cabeza, las manos y los pies...
La huida de Polichinela




Érase una vez...
...una niña cuyo padre tenía que estar de viaje seis días a la semana. Esta niña no podía dormirse sin que le contaran un cuento. Y cada noche, su padre la llamaba por teléfono y le explicaba un cuento.  Dicen que los cuentos eran tan buenos que hasta las señoritas de la telefónica suspendían todas las llamadas para escucharlos. Y este es el libro de estos cuentos.


Página de EDITORIAL JUVENTUD

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